lundi 20 août 2007

Homenajes


El Otro Chejov
Por Henri Troya,

de la Academia Francesa

Por mucho tiempo, el dramaturgo ha opacado al cuentista. Sin embargo, lo mejor de Chejov se encuentra, indudablemente, en los cerca de 250 relatos que constituyen su “Comedia Humana”.

¿Sera Chejov un autor desestimado en Francia? El público occidental admira, con justa razón, sus obras de teatro. Pero lo esencial de su obra se le escapa. Si bien en Rusia sus novelas conmovieron a generaciones de lectores, entre nosotros son escasos quienes se han internado en sus libros.

Todo para las luces del teatro, nada para la página escrita. El dramaturgo opaco al cuentista. Una injusticia que se arrastra desde hace ya décadas. Es hora de cambiar esta tendencia y de volver la atención al arte profundo, cruel, irónico y tierno del Chejov narrador. Se vinculan a su nombre prestigiosos títulos como “La Gaviota”, “El Jardín de los Cerezos” y “Las Tres Hermanas”, mientras que nada o casi nada importan “La Estepa”, “La Sala Número 6” y “El Monje Negro”. En estos casos no se trata de una prosa menor; lo mejor de Chejov se concentra ahí.

“Leer a Chejov es realizar un vertiginoso viaje por el pasado de Rusia teniendo por guía a un hombre sagaz, irónico y fuerte.”

Escribió cerca de 250 relatos, unos muy breves, otros extensos; unos de una alegría que bordea la comicidad, otros impregnados de una melancolía desgarradora. Pero todos se caracterizan por la sobriedad y sinceridad del tono. Personajes y ambientes son evocados por algunos detalles sabiamente seleccionados y siempre reveladores. Chejov reprueba las largas descripciones que frenan el movimiento de la intriga y terminan por distraer la atención bajo un exceso de observaciones más o menos exactas. En alguna parte dice que, describir una clara noche de verano, basta con indicar el reflejo de la luna en los quebrajados restos de una botella. Al mismo tiempo, se niega a intervenir en el curso de la acción para juzgar a sus protagonistas o proponer una solución moral a sus problemas. El escritor según él, esta ahí para mostrar, no para demostrar. Y menos para comentar. Si ha elegido como personajes a ladrones de caballos, los debe hacer hablar en lenguaje de ladrones de caballos; por sobre todo debe abstenerse de decir que sea malo robar caballos.

Al lector le corresponde formarse una opinión por él mismo. Al lector le corresponde formarse una opinión desvirtúa el juego. El lector ya no esta solo frente a la historia. Un tercero se interpuso entre él y los hechos relatados. Un tercero que no tiene nada que hacer aquí: ¡el escritor! Sí, su ausencia significa la mayor presencia de sus héroes.

Partiendo de ese principio, Chejov se prohíbe toda toma de posición política, filosófica o religiosa. Su amor a los desvalidos y la caridad discreta que irradia a través de sus libros jamás cae en el sermoneo. También sabe ser duro con los humildes. Duro y lucido. Su arte es todo, menos amable.

En cartas a sus amigos, proclama su desprecio por las malas imitaciones, los adornos artísticos, las escuelas, las modas intelectuales, las capillas, los clanes, las agrupaciones. Enemigo de la literatura comprometida lucha por una justicia social mas amplia; no a través del panfleto, sino que a través de la descripción feroz de la realidad rusa. Según él, hay que escribir fría y simplemente, sin preocuparse de las recetas literarias. Mientras mas natural sea el texto, mejor resultará.

En cuanto a los temas, todos le agradan si en algo se inspiran en la modesta verdad cotidiana. Un cochero que pasea a algunos vividores por la ciudad cuando su hijo acaba de morir; una niñita de trece anos, empleada como sirvienta, que cuida al bebé llorón de sus patrones y que, agobiada por el sueno, ahoga al niño para experimentar un instante de descanso; una joven mujer perturbada, una “cigarra” que engaña a su modesto y aburrido marido y sabe, luego de su muerte, que era un investigador genial; una cocinera que se casa; dos muchachos que preparan una fuga… En resumen, la pequeña moneda de la miseria humana. De este modo, las mejores novelas de Chejov no sugieren hechos espectaculares o pasiones excepcionales, sino que el dulce absurdo de la existencia cotidiana que, ola tras ola, arrastra hacia la nada.

Otro mérito de esta gran obra del cuentista es la variedad de ambientes y caracteres que hace entrever. En conjunto forma un prodigioso panorama de la vida rusa de la época. A merced de su fantasía, el autor nos pasea del salón a la taberna, de isba a antecámara de tribunal, y da la impresión de que él ha vivido en todos esos ambientes, que ha ejercido todos esos oficios, que él ha tenido, a la vez, las manos callosas de leñador y las unas cuidadas del obispo. Del moujik (campesino ruso), al sacerdote, del maestro al mercader, del juez al delincuente; todas las categorías sociales, todos los oficios, todas las decadencias son representadas en este enjambre. No solo se recorren los lugares evocados, también se respira su olor. La ocupación de Chejov en sus comienzos – era doctor – le permitió penetrar en los hogares mas diversos y captar, en forma clandestina, su secretos. Su ojo tiene una precisión fotográfica. Su corazón es capaz de todo padecer y de todo comprender. Se empapa de la vida de otros como una esponja se hincha con agua. Cuando aborda un tema, sólo tiene que interrogar a su memoria para que esta le restituya la atmósfera de una casa, el hablar de un campesino, las zalamerías de quien coquetea.

Al acumular estas pequeñas imágenes de la existencia cotidiana, Chejov no se daba cuenta de la inmensa obra que formarían una vez reunidas. El creía entretener al público con cuentos sin pretensión y construya, párrafo a párrafo, otra “Comedia Humana”. Leer sus relatos de múltiples facetas es realizar un vertiginoso viaje por el pasado de Rusia, teniendo por guía a un hombre sagaz, irónico y fuerte. Es descubrir no solo a un escritor, sino que a un país. En fin, ya no solo es ser amigo de una parte de Chejov, sino que de Chejov por entero

* Henri Troyat, autor de una biografía de Chejov (Editorial Flammarion, 1984).


Antón Pavlovich Chéjov (1860-1904)

Este escritor ruso autor de narraciones y obras de teatro, es uno de los que más sobresalieron en la literatura rusa. Chéjov nació el 29 de enero de 1860 en Taganrog (Ucrania) y estudió Medicina en la Universidad Estatal de Moscú. Cuando aún no había terminado sus estudios universitarios, ya comenzaba a publicar relatos y algunas descripciones humorísticas en revistas. Su fama rápida como escritor hizo que ejerciera muy poco como médico, además, su salud tampoco lo ayudó, pues padeció de tuberculosis, incurable en esa época.

La primera colección de sus escritos humorísticos, Relatos de Motley, apareció en 1886. Desde niño siente inclinación hacia el teatro, pero se dedica a escribir para este género a los 30 años. Entre sus dramas se destacan Ivanov (1887), El oso y La petición de mano. Algunos de sus cuentos son Tristeza, Al anochecer, El cazador, Relatos, Cuentos de Melpomena.
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En 1890 visitó la colonia penitenciaria de la isla de Sajalín, en la costa de Siberia, para escapar de las inquietudes de la vida del intelectual urbano, y posteriormente escribió La isla de Sajalín (1891-1893). Dentro de su última producción se encuentran El jardín de los cerezos, Tío Vania, La Gaviota y Tres hermanas. Inicia campañas contra el hambre y el abandono social. Crea escuelas y centros agrícolas en los que acoge a niños de escasos recursos a los cuales quiere inculcar ideales de formación y proporcionarles alimentación y vivienda. Varios fueron sus dramas en un acto y sus obras más significativas fueron representadas en el Teatro de Arte de Moscú, dirigidas por su amigo Konstantín Stanislavski, como El tío Vania (1899), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904). En 1901 se casó con la actriz Olga Knipper, que había actuado en sus obras.

Chéjov murió de tuberculosis en el balneario alemán de Badweiler la noche del 14 al 15 de julio de 1904.Su nombre quedó en la historia de la literatura como uno de los grandes maestros del cuento.


El estudiante
Por Anton Chejov

En principio, el tiempo era bueno y tranquilo. Los mirlos gorjeaban y de los pantanos vecinos llegaba el zumbido lastimoso de algo vivo, igual que si soplaran en una botella vacía. Una becada inició el vuelo, y un disparo retumbó en el aire primaveral con alegría y estrépito. Pero cuando oscureció en el bosque, empezó a soplar el intempestivo y frío viento del este y todo quedó en silencio. Los charcos se cubrieron de agujas de hielo y el bosque adquirió un aspecto desapacible, sórdido y solitario. Olía a invierno.

Iván Velikopolski, estudiante de la academia eclesiástica, hijo de un sacristán, volvía de cazar y se dirigía a su casa por un sendero junto a un prado anegado. Tenía los dedos entumecidos y el viento le quemaba la cara. Le parecía que ese frío repentino quebraba el orden y la armonía, que la propia naturaleza sentía miedo y que, por ello, había oscurecido antes de tiempo. A su alrededor todo estaba desierto y parecía especialmente sombrío. Sólo en la huerta de las viudas, junto al río, brillaba una luz; en unas cuatro verstas a la redonda, hasta donde estaba la aldea, todo estaba sumido en la fría oscuridad de la noche. El estudiante recordó que cuando salió de casa, su madre, descalza, sentada en el suelo del zaguán, limpiaba el samovar, y su padre estaba echado junto a la estufa y tosía; al ser Viernes Santo, en su casa no habían hecho comida y sentía un hambre atroz. Ahora, encogido de frío, el estudiante pensaba que ese mismo viento soplaba en tiempos de Riurik, de Iván el Terrible y de Pedro el Grande y que también en aquellos tiempos había existido esa brutal pobreza, esa hambruna, esas agujereadas techumbres de paja, la ignorancia, la tristeza, ese mismo entorno desierto, la oscuridad y el sentimiento de opresión. Todos esos horrores habían existido, existían y existirían y, aun cuando pasaran mil años más, la vida no sería mejor. No tenía ganas de volver a casa.

La huerta de las viudas se llamaba así porque la cuidaban dos viudas, madre e hija. Una hoguera ardía vivamente, entre chasquidos y chisporroteos, iluminando a su alrededor la tierra labrada. La viuda Vasilisa, una vieja alta y robusta, vestida con una zamarra de hombre, estaba junto al fuego y miraba con aire pensativo las llamas; su hija Lukeria, baja, de rostro abobado, picado de viruelas, estaba sentada en el suelo y fregaba el caldero y las cucharas. Seguramente acababan de cenar. Se oían voces de hombre; eran los trabajadores del lugar que llevaban los caballos a abrevar al río
-Ha vuelto el invierno -dijo el estudiante, acercándose a la hoguera-. ¡Buenas noches!

Vasilisa se estremeció, pero enseguida lo reconoció y sonrió afablemente.
-No te había reconocido, Dios mío. Eso es que vas a ser rico.

Se pusieron a conversar. Vasilisa era una mujer que había vivido mucho. Había servido en un tiempo como nodriza y después como niñera en casa de unos señores, se expresaba con delicadeza y su rostro mostraba siempre una leve y sensata sonrisa. Lukeria, su hija, era una aldeana, sumisa ante su marido, se limitaba a mirar al estudiante y a permanecer callada, con una expresión extraña en el rostro, como la de un sordomudo.

-En una noche igual de fría que ésta, se calentaba en la hoguera el apóstol Pedro -dijo el estudiante, extendiendo las manos hacia el fuego-. Eso quiere decir que también entonces hacía frío. ¡Ah, qué noche tan terrible fue esa! ¡Una noche larga y triste a más no poder!

Miró a la oscuridad que le rodeaba, sacudió convulsivamente la cabeza y preguntó:
-¿Fuiste a la lectura del Evangelio?
-Sí, fui.
-Entonces te acordarás de que durante la Última Cena, Pedro dijo a Jesús: «Estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte». Y el Señor le contestó: «Pedro, en verdad te digo que antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Después de la cena, Jesús se puso muy triste en el huerto y rezó, mientras el pobre Pedro, completamente agotado, con los párpados pesados, no pudo vencer al sueño y se durmió. Luego oirías que Judas besó a Jesús y lo entregó a sus verdugos aquella misma noche. Lo llevaron atado ante el sumo pontífice y lo azotaron, mientras Pedro, exhausto, atormentado por la angustia y la tristeza, ¿lo entiendes?, desvelado, presintiendo que algo terrible iba a suceder en la tierra, los siguió... Quería con locura a Jesús y ahora veía, desde lejos, cómo lo azotaban...

Lukeria dejó las cucharas y fijó su inmóvil mirada en el estudiante.
-Llegaron adonde estaba el sumo pontífice -prosiguió- y comenzaron a interrogar a Jesús, mientras los criados encendieron una hoguera en medio del patio, pues hacía frío, y se calentaban. Con ellos, cerca de la hoguera, estaba Pedro y también se calentaba, como yo ahora. Una mujer, al verlo, dijo: «Éste también estaba con Jesús», lo que quería decir que también a él había que llevarlo al interrogatorio. Todos los criados que se hallaban junto al fuego le miraron, seguro, severamente, con recelo, puesto que él, agitado, dijo: «No lo conozco». Poco después, alguien lo reconoció de nuevo como uno de los discípulos de Jesús y dijo: «Tú también eres de los suyos». Y él lo volvió a negar. Y por tercera vez, alguien se dirigió a él: «¿Acaso no te he visto hoy con él en el huerto?». Y él lo negó por tercera vez. Justo después de eso, cantó el gallo y Pedro, mirando desde lejos a Jesús, recordó las palabras que él le había dicho durante la cena... Las recordó, volvió en sí, salió del patio y rompió a llorar amargamente. El Evangelio dice: «Tras salir de allí, lloró amargamente». Así me lo imagino: un jardín tranquilo, muy tranquilo, y oscuro, muy oscuro, y en medio del silencio apenas se oye un callado sollozo...

El estudiante suspiró y se quedó pensativo. Vasilisa, que seguía sonriente, sollozó de pronto, gruesas y abundantes lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras ella interponía una manga entre su rostro y el fuego, como si se avergonzara de sus propias lágrimas. Lukeria, por su parte, miraba fijamente al estudiante, ruborizada, con la expresión grave y tensa, como la de quien siente un fuerte dolor.

Los trabajadores volvían del río, y uno de ellos, montado a caballo, ya estaba cerca y la luz de la hoguera oscilaba ante él. El estudiante dio las buenas noches a las viudas y reemprendió la marcha. De nuevo lo envolvió la oscuridad y se entumecieron sus manos. Hacía mucho viento; parecía, en efecto, que el invierno había vuelto y no que al cabo de dos días llegaría la Pascua. Ahora el estudiante pensaba en Vasilisa: si se echó a llorar es porque lo que le sucedió a Pedro aquella terrible noche guarda alguna relación con ella...

Miró atrás. El fuego solitario crepitaba en la oscuridad, y a su lado ya no se veía a nadie. El estudiante volvió a pensar que si Vasilisa se echó a llorar y su hija se conmovió, era evidente que aquello que él había contado, lo que sucedió diecinueve siglos antes, tenía relación con el presente, con las dos mujeres y, probablemente, con aquella aldea desierta, con él mismo y con todo el mundo. Si la vieja se echó a llorar no fue porque él lo supiera contar de manera conmovedora, sino porque Pedro le resultaba cercano a ella y porque ella se interesaba con todo su ser en lo que había ocurrido en el alma de Pedro.
Una súbita alegría agitó su alma, e incluso tuvo que pararse para recobrar el aliento. "El pasado -pensó- y el presente están unidos por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que surgen unos de otros". Y le pareció que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, vibraba el otro.

Luego, cruzó el río en una balsa y después, al subir la colina, contempló su aldea natal y el poniente, donde en la raya del ocaso brillaba una luz púrpura y fría. Entonces pensó que la verdad y la belleza que habían orientado la vida humana en el huerto y en el palacio del sumo pontífice, habían continuado sin interrupción hasta el tiempo presente y siempre constituirían lo más importante de la vida humana y de toda la tierra. Un sentimiento de juventud, de salud, de fuerza (sólo tenía veintidós años), y una inefable y dulce esperanza de felicidad, de una misteriosa y desconocida felicidad, se apoderaron poco a poco de él, y la vida le pareció admirable, encantadora, llena de un elevado sentido.


A leer:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/ac.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%B3n_Ch%C3%A9jov
http://www.cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=1760

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