mercredi 27 février 2008

Cuentos de Mi Vida


Cuento:
El Chueco, Pato y Jai-Jai
Por Jaime SEREY

Una llamada « ¡Alto!». Deténganse o les disparamos fue lo que se escucho bajo el atardecer y no quisimos creer hasta que advertimos hacia atrás y logramos percibir como un pelotón de soldados corrían apresurados hacia nuestra posición portando sus pesadas metralletas entre sus manos con sus rostros cubiertos con gorros pasamontañas.

Todos nos quedamos paralizados mis dos hermanos y yo solo esperando las consecuencias, porque nos habíamos pasado del toque de queda impuesto dos día antes por la junta militar, nosotros le habíamos echo caso omiso sin acatarlo. No hay que temerle al ejercito siempre ellos nos han cuidado la soberanía y nuestras fronteras. Había sido lo que nos habían enseñados nuestros profesores de historia y geografía hasta aquellos momentos. Sobre todo el señor Farias, nuestro profesor de castellano, dueño de una potente voz, pues también trabajaba como locutor en la radio Pacifico, quien cinco días después termino su vida volando y atado a un helicóptero militar muerto a balazos por defender sus propios ideales, él era interventor de la fábrica de conservas la Palma.

Sin preguntarnos siquiera que hacíamos a esa hora en la calle o que pretendíamos realizar los milicos nos rodearon en circulo, el cabo Jansen, hombre que a primera vista se mostraba el mas rudo era el cabecilla, era quien comandaba la tropa, pegándonos certeros culatazos con su arma nos ordeno sacarnos los zapatos para que quedáramos a pies desnudos, luego nos hizo levantar los brazos y que tuviéramos nuestros zapatos en cada mano con los brazos alzados.

Escucho decir a uno de sus soldados oiga
- «! Mi cabo! Los dejamos libres o les damos el bajo a estos cabros hijos de putas, porque de seguro son todos unos comunistas.»
- « ¡No!» le respondió Jansen, «Lo llevaremos al cuartel,
Para interrogarlos...» el reducto mucho antes había sido un Sanatorio naval, un centro de reposo para enfermos del pulmón, situado en la larga avenida Adolfo Eastman Cox, cuyo camino nos lleva hacia el pintoresco balneario campestre de Olmué. Nos ordenan ponernos en fila india sin antes golpearnos con sus culatas, pues según uno del escuadrón nos hallaba muy orgullosos y altaneros, ya que nosotros tratábamos de no perder la calma.

Junto al grupo de soldados fue una larga travesía y una carrera a través de senderos, pastizales, espinas y piedras y la oscuridad de esa noche, que caía con su máximo manto de silencio rural sobre nosotros transformándonos solo en sombras a mi y mis dos hermanos, los soldados que imperturbables solo atinaban con sus gritos de mando, sus golpes hacernos apurar el tranco y levantar los brazos. Al aproximarnos al cuartel general divise y divisamos solo luces de linternas. Nuestros pies estaban adoloridos sangraban, nuestras costillas machucadas por el dolor de los culatazos nos ardían mientra nos íbamos acercando a esas pequeñas luces que aparecían y desaparecían en la oscuridad haciendo daños físicos.
Al llegar a esas lucecitas que parecían luciérnagas sentí que tenían manos y que nos daban tremendo tirones de cabellos, con vozarrones y preguntas:
-« ¿Donde guardaron las armas? Cabros de mierda...»
Y esa misma luz me alumbro a mí en pleno rostro:
- « Le respondí ¿De que armas me habla?.
Aquella respuesta nos valió un costalazo a todos en el suelo con más de cinco horas en un charco de agua hecho a propósito por unos camiones Cisterna, con la sola intención de que la humedad pudiese atravesar el pecho, los bronquios y los pulmones.

En un leve descuido del guardia miro que mis dos hermanos se encuentran en mi misma situación, es decir aporreados y soportando los estragos de esta reciente dictadura que se impone a través de todo el país con violencia, atropellos y muertes.
-Me percato mi hermano, tiene problemas lo veo con sus cabellos largos revueltos tratando de decirme algo en secreto, pero no puede.
El guardia se encuentra muy cerca de él siempre vigilando. Después de haber sufrido este capitulo en nuestras vidas, ya mas tranquilos en la casa me cuenta que el conservaba en el bolsillo de su abrigo un mapa que le había diseñado una amiga, que poco antes del golpe se había cambiado de residencia.
Sobre el mapa ella había dibujado el frontis del regimiento de caballería de la ciudad de Quillota, como una señal del trayecto, para que el llegase a su domicilio. El no sabe aun con que fuerzas pudo hacer un agujero con el dedo índice entre el género y el forro del bolsillo para esconderlo allí. De no haber sido así, si los militar lo hubiesen encontrado creo que los tres ahora no estaríamos participando en este cuento. Habríamos desaparecidos en los interrogatorios.

Todo el tiempo que estuvimos allí tirados en el suelo y en el légamo oímos gritos y llantos de hombres de campo, de trabajo llorando como infantes a causa de las torturas y los golpes recibidos. Reconocí la voz del cabo Jansen, entre la oscuridad de la noche y la impunidad que le entregaba su uniforme dando órdenes de dar y dar más golpes hasta que dijeran la verdad:
- « ¡Este déjenmelo a mi que yo lo voy ablandar ha golpes y puntapiés!»

También oíamos el motor de los jeep y los camiones trayendo gentes hasta que llenaran una cancha de football, esa misma cancha que en otros tiempos mejores nosotros habíamos jugado pichangas deportivas representando a nuestra escuela rural. Allí los cuerpos tirados en el terreno inmenso con sus brazos extendidos en forma de cruz formaban filas y entre la oscuridad espesa de la noche parecían tumbas vivientes respirando agitadamente algunos con pavor otros con la valentía que nos enseñara el cacique Caupolican.
Me pregunto ahora ¿Que se abra hecho toda aquella gente?, ¿Cuales habrán sido sus destinos después de haber sufrido la terrible experiencia de la tortura?

Nosotros seguimos tirados en el ripio mojado con un soldado que nos hacia la guardia y nos preguntaba
- « ¿Que son ustedes?»
- « ¡Hermanos!» le respondemos los tres en unísono, « ¡Que hable uno solo!... ¡Nos grita ¡» pegándonos en nuestras cabezas con sus botas. ¿Hermanos de que? ... evangélicos, correligionarios, comunistas, testigos de Jehová.
-« ¡No! Hermanos de una misma familia...»
-¿que edad tienen? 18, 16 y 14 años...
- « ¿Que familia?
- « Ugalde Vázquez...»
- « ¿De adonde?»
- «De los Maitenes, del paradero cuatro, frente a la gruta de la virgen del Carmen»
Para mí adentro en silencio pensé: Somos hermanos soberanos de la libertad, pero con mucha ira.

fuimos puestos de pie después de cinco horas de estar volcados como cruces en la mojada explanada, lejos a varios metros para ser exacto se encontraba el edificio, donde estaba situada la plana mayor del destacamento, que mucho tiempo después supe que eran infantes de marina. De pie fuimos empujados a golpes de metralletas hacia este edificio que había albergado enfermos y que ahora había sido transformado en cuartel militar.
¡Que cambio mas radical! me dije para mi mismo. Nos fuimos acercando a la entrada lentamente, pues la fila para el interrogatorio era larga llena de mortales cabizbajos por la muerte del presidente, luego ingresamos a su interior allí nos encontramos con un largo pasillo oscuro que daba paso hacia una oficina en cuyo interior se hallaba el capitán. Pero no todo este viaje terminaba ahí. Todos los que seguíamos la fila fuimos obligados por un rudo suboficial pintado de negro hasta los dientes, a tirarnos al suelo que esta vez era de cerámicas grises.

Con nuestros rostros pegados a estas cerámicas con figuras geométricas, este largo pasillo paso ha ser un camino de cabezas, brazos y piernas humanas para todos los subalternos, que fueran a la oficina de su superior. Se acercaba mi turno. El capitán me recibe en su dependencia con su cara pintada y con su pistola Luger, sobre su escritorio. Me pregunta
- « ¿Por que estas aquí?»

Le respondo:
- «Por no cumplir el toque de queda señalado por la radio...» (todas intervenida por la junta militar.)
- « ¿Que haces?»
- « Estudio...»
- « ¿Donde?»
- « En el Liceo Superior de Limache.
- « ¿Los otros dos que están contigo quienes son?»
- « Mis dos hermanos...»
- « Me ha informado un enfermero que los identifica y que los conoce desde cabros chicos cuando estudiaban en la escuela número 102, y que son buenos para jugar a la pelota. ¿Es verdad?»
- «Si somos más o menos.»
- «¡Si mi Capitán!... se responde con entusiasmo y respeto! Porque no estas hablando con un comunista ni con Allende, Tavolari o Altamirano. Si no que con un militar que viene a salvar la patria, que viene a despejar la escoria del proletariado, que viene a extirpar de raíz la ideología marxista... de este país.

Yo, medité en silencio: «Cuando uno recibe un culatazo en la espalda duele», pero esto que me estaba expresando el capitán en esos instantes me dolía mucho mas, se me apretó el corazón en el pecho. Comprendiendo que este nuevo régimen que se estaba imponiendo por la fuerza detendría las vidas, las inspiraciones de muchos ciudadanos...

Después de otras preguntas estampo mi firma obligado en un documento que certifica, que si vuelvo a reincidir la pena será con todo el rigor que señala un estado de sitio en tiempos de guerra y somos mas tarde conducidos mis dos hermanos y yo en una camioneta particular confiscada por los militares hasta nuestro hogar los tres de rodillas y con los brazos detrás de la nuca, el duro metal de la carrocería nos quemo las piernas fueron varios los kilómetros recorridos. ¿Que hubiese ganado yo con haber escapado solo de esta situación si no hubiera acompañado con mi presencia y mi moral a mis dos hermanos menores?, ¿Que hubiera podido decirles a mis padres si hubiera sido yo el único sobreviviente? Todos estos pensamientos pasaron por mi mente de un lado al otro lado de mi mente, esto que nos estaba sucediendo era solo a tres días después del fatídico golpe de estado de Chile, el 11 de Septiembre del 1973, después de aquel discurso de adiós de Allende, desde la moneda poco antes del bombardeo... después de que mi madre se pusiera ha llorar de impotencia.
Lo sucedido fue porque no quisimos acatar los comunicados de la junta militar y porque queríamos seguir viviendo en la libertad, desde un principio no fuimos partidario de la tortura, de la opresión y preferíamos seguir escuchando los discos de Quilapayún, los discursos, de Salvador Allende el de las naciones unidas y el dirigido a los estudiante de la universidad de Guadalajara... registrados en un K7.

Unos años mas tarde conocí de la ignorancia de nuestros soldados por boca de un camarada: Son las dos de la madrugada llega una cuadrilla de soldados allana una pensión de estudiantes universitarios en una calle del puerto. Entran a la fuerza como era su costumbre. Los estudiantes se levantan. Los soldados lo revisan todo colchones, camas, muebles, discos y libros.

El sargento dice :
- ¡Eureka! ¡Lo he encontrado!»

Levantando como un trofeo un libro de arte sobre el cubismo. Paren la búsqueda, los cuatro estudiantes se van detenidos porque son devotos de cuba, en consecuencia los cuatro estudiantes de arquitectura, pasaron días vistiendo solo con sus ropas interiores en el regimiento Maipo...con los ojos vendados y sufriendo los falsos fusilamientos. De nuestro Defensor el misterioso enfermero nunca supimos nada quien fue ni quien era. Hasta el día de hoy al terminar esta historia... quizás un ser alado de la justicia.




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