dimanche 25 mai 2008

Cuentos de mi Vida



Cuento:
El síndrome de Icaro
Por Jaime SEREY

A mon frère, Rodolfo

Aquel día de verano todos mis amigos trotaban a la zaga de mi hermano Rodolfo, como guardaespaldas, porque pronto se desplazaría por los aires como un pájaro. La obsesión de volar se le había incrustado en la mente después de haber percibido un deteriorado nido sostenido a duras penas en una rolliza rama de un níspero, con una nidada de Zorzales piando.

Mi hermano sabia que tratar de dejar su cuerpo transportarse por el aire no seria fácil y aunque todavía no conocía el cuento de Alsino ni a su autor Pedro Prado, como tampoco la teoría del sabio Isaac Newton, y su divulgada teoría de la fuerza de gravedad, algo dentro de su entusiasmo infantil y su ignorancia le dictaba, que podría seguir aquellas mismas huella de concebir la existencia de la naturaleza y la metafísica más allá de lo normal.

En nuestro municipio habitaban también otros niños Mauricio, Vicente y Ricardo, que poseían las mismas obsesiones, los mismos sueños de mi hermano, pero ellos comprendían que nunca podrían hacerlo realidad, pues siempre era el miedo quien imperaba y el que se apoderaba de ellos, aquel tremendo miedo, que es una especie de pánico amargo y demasiado intenso, un espanto y un dolor demasiado más punzante solo comparable a la muerte, todo un enigma universal, que no ha sido aún controlado por el hombre.

Llego el día señalado, mi hermano se había decidido al fin realizar su hazaña un día sábado, de descanso cuando todos habíamos dejado atrás los deberes y las obligaciones escolares, mi hermano había determinado subir en el alto níspero del fondo de la quinta vestido y arropado con dos viejos abrigos de nuestro progenitor, más un raído capote de marino, mi hermano se los había puesto y eran tan grandes que cabía tres veces en ellos arrastrándolos por el suelo, como si ellos fueran un largo velo de novia.

El níspero muy vetusto yacía esperándolo impertérrito con su tronco lleno de nudos a un costado de una pequeña plantación de cañas silvestres, unos delgados bambúes de gruesas hojas verdes y amarillas. A lo lejos montaban ya sobre las nubes las cinco de la tarde en punto antes del crepúsculo, antes de que el sol veraniego, como un girasol gigantesco cerrara sus pétalos en la cima del cerro el Roble, todos sus amigos habían ido llegando uno por uno hasta formar un grupo magno de guardias pretorianos todos fieles a su locura.

Por un instante el ambiente se transformo en un coliseo Romano o en un anfiteatro de peleas de box, mi hermano como un pugilista salio de nuestra hogar y fue seguido y rodeado por sus simpatizantes, igual que el boxeador Cassius Clay, en el Madison square garden, marcho a lo largo del camino de tierra y malezas, mientras se oían gritos de volare, volare... como la canción interpretada por el cantante italiano Modenico Modugno, después todos atónitos lo fuimos observando trepar por el tronco áspero del cigüeñal, alcanzar los primeros ramajes plenos de frutos amarillos y verdes después a la cima, parecía un verdadero cuervo, protegido con el negro y usado capote, en el cual solo brillaban sus botones de anclas dorados lo había encontrado en un cuarto de la casa juntos a un viejo sable de la época de Napoleón y del regimiento de los húsares, desde abajo le vemos posar sus dos pies sobre el último ramaje del árbol frutal, le vemos equilibrarse con sus dos brazos en alto formando una cruz como una plegaria aparentando que fueran dos alas verdaderas de plumas, en unos segundos interminables todo muy nervioso en unísono le vociferamos desde abajo del tronco y del árbol si él advertía desde su posición hartos peligros por favor que no se lanzara, pero desde su lugar ya no nos oía y comprendimos que ya penetraba y permanecía en otra atmósfera dispuesto ha visitar el mundo celeste de los volátiles.

Con nuestros ojos infantiles e estupefactos lo divisamos saltar y desprenderse del resistente serpollo que le sostenía sus dos pies en la sólida materia de la creación de la madera y lo contemplamos penetrar como una nube en el mundo de la transparencia del viento, como un ave filial y mitológico y después de relámpagos segundos lo avispamos descender pesadamente y transitar velozmente hacia el centro del fuego y de la tierra como una piedra prehistórica en el verde cañaveral, quien con sus hojas largas y abiertas parecen recibirlo como un colchón y a la vez, como una madre que recibe a su hijo imprudente, intrépido y prodigo, pero sin olvidar de dejar de lado marcas, heridas, rasguños y profundos hematomas en su rostro y en su cuerpo, que lo tuvieron por varios meses en un hospital para que aprendiera que con la naturaleza no se juega.

Por nuestra parte los que participamos de aquella escena, dentro de nuestras estadísticas el fue muy valeroso, como lo fue nuestro ídolo del momento y de nuestra pequeñez el gladiador Espartaco, quien se atrevió a liberar a todos los esclavos del imperio romano.-



® & © Jaime SEREY – Mayo.2008

Ilustracion: FOLON

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